La historia que os voy a contar a continuación ocurrió hace ya mucho tiempo, pero puede volver a pasar ¡incluso a vosotros! Érase una vez una pequeña muchacha llamada Wendy, y sus dos hermanos llamados Juan y Miguel. Cada noche, su hermana mayor les contaba la historia de un joven y aventurero niño que vivía en el país de Nunca Jamás y que se prometió a sí mismo no crecer nunca, su nombre era Peter Pan.
Los dos hermanos, como todos los niños del mundo, adoraban los cuentos y escuchaban atentamente e imaginaban las increíbles aventuras que Wendy les contaba sobre Peter. Sus historias estaban tan bien narradas que incluso el propio Peter Pan, sin hacer ruido, se sentaba en el alféizar de la ventana del cuarto de los niños a escucharlas.
Una noche, mientras dormían, la pequeña Wendy se sobresaltó al ver una luz brillante junto a la ventana. Se levantó de la cama y caminó lentamente hacía la ventana, en ella se encontraba Peter junto con la inseparable Campanilla, el hada que va con él a todas sus aventuras. Juan y Miguel se despertaron al oír a su hermana gritar, ¡es Peter, es Peter!.
En ese momento Peter les invitó a ir al país de Nunca Jamás pero los niños no sabían volar, por lo que les explicó cómo podían hacerlo:
– Sólo necesitáis un poco de polvo mágico de hada y un pensamiento alegre – dijo Peter.
– ¿Sólo eso? ¡Es muy sencillo! – exclamó la pequeña Wendy.
La pequeña Campanilla roció a los niños con polvo mágico de hada y al pensar en sus recuerdos más felices se elevaron.
– ¡Seguidme! – dijo Peter.
Siguiendo a Peter Pan, los tres pequeños salieron volando de su habitación, dirigiéndose al país de Nunca Jamás, una isla maravillosa y mágica en un mar desconocido.
Al llegar los pequeños se encontraban totalmente perdidos y desorientados ya que era la primera vez que estaban ahí por lo que Peter Pan pidió a Campanilla que los guiase al campamento que tenían en el Bosque. Campanilla, se encontraba celosa por la pequeña Wendy por lo que se adelantó y pidió a los Niños Perdidos que la derribasen, poniendo la excusa de que era enemigo de Peter Pan.
Usando pequeños tirachinas, los niños perdidos empezaron a tirar piedras a Wendy a órdenes de Campanilla, alcanzándola y derribándola pero antes de caer al suelo Peter Pan voló hacia ella y consiguió salvarla.Peter preguntó por qué había hecho eso, respondiendo los Niños Perdidos que Campanillas les dijo que era un enemigo suyo. Al oír eso, Peter quiso desterrar a la pequeña hada pero Wendy lo impidió al darle mucha pena.
A continuación Peter Pan llevó a Wendy, Juan y Miguel a su casa subterránea, un gran árbol hueco donde en una de sus raíces se encontraba una puerta secreta. Allí además vivían muy felices los Niños Perdidos, que tampoco querían crecer y mantenerse siempre niños como Peter.
Los Niños Perdidos invitaron a Juan y a Miguel a visitar a los indios de la aldea mientras que Peter llevo a Wendy a ver las preciosas sirenas que vivían a la orilla del mar.
Al llegar a la costa Peter Pan vio de lejos el bote del Capitán Garfio y su siervo inseparable y leal Smee. Garfio ansiaba matar a Peter Pan, por lo que siempre estaba dispuesto a todo para conseguirlo. En ese momento Peter pudo distinguir desde lejos además a una muchacha que resultó ser la princesa india Tigridia. El Capitán Garfio quería que le revelase el escondite secreto de Peter Pan pero la joven se negó. Ante la negativa de Tigridia, Garfio le ató a una gran roca, abandonándola a su suerte en una cueva hasta que la marea subiese y se cobrara su vida.
Peter Pan al ver la escena se enfrentó al Capitán Garfio, resultando victorioso y salvando a Tigridia. Garfio huyó despavorido y Peter pudo devolver a la joven a la aldea de su tribu. Al llegar a la aldea, los indios vieron como Peter Pan traía a Tigridia sana y salva por lo que organizaron una gran fiesta en su honor, nombrándole “Águila Voladora” y bailando al lado de una hoguera hasta altas horas de la noche junto a Wendy, Juan y Miguel.
A la mañana siguiente, Garfio al ser derrotado nuevamente contra Peter Pan, decidió vengarse utilizando los celos de Campanilla, la cual traicionó a Peter revelando el escondite secreto del árbol. En ese mismo instante Garfio fue hacía allí, raptando a Wendy, Juan y Miguel, llevándolos a su barco y atándolos a un mástil. El Capitán Garfio reveló a los pequeños que había colocado un pequeño paquete con una bomba en su interior y cuando Peter viera una carta falsa de Wendy que ponía que abriese el paquete justamente a media noche, la vida de Peter Pan llegaría a su fin.
Campanilla oyó los malvados planes del Capitán Garfio y se dio cuenta que había caído en una trampa, en ese momento voló hacía el escondite lo más deprisa que pudo ya que solo quedaban unos minutos para que fuera media noche. Al llegar Campanilla pudo arrebatar rápidamente el paquete de las manos de Peter que ya estaba predispuesto a abrirlo. Al salvarlo confesó a Peter lo que había hecho y que Wendy, Juan y Miguel eran presos del capitán Garfio en su navío.
Peter reaccionó rápidamente y fue volando hasta el barco pirata lo más rápido que podía. Mientras tanto, Garfio cogió a la pequeña Wendy del mástil y la obligó a caminar por una tabla para arrojarla al mar. En el momento en el que Wendy fue arrojada Peter Pan la rescato con sus brazos evitando el trágico desenlace de morir ahogada. Después de poner a Wendy a salvo, Peter subió a la cubierta del barco donde le esperaría el Capitán Garfio, perplejo al ver que Peter todavía seguía con vida. Los Niños Perdidos ayudaron en la lucha usando sus tirachinas contra los piratas, haciéndoles retroceder y abandonar el barco. Después de la feroz pelea entre ambos blandiendo sus espadas, Peter consiguió derrotar al Capitán Garfio junto a su tripulación de piratas, cayendo al mar donde había ¡un feroz cocodrilo! pero finalmente consiguió escapar en uno de los botes.
Peter Pan junto con los Niños Perdidos tomó posesión del barco y pidió a Campanilla que echará polvo de hadas en toda la cubierta. En ese instante el barco empezó a volar, llevando de vuelta a los pequeños a casa de Wendy.
– ¡Ha sido una aventura fantástica! – dijeron Juan y Miguel.
– ¡Gracias Peter por este maravilloso viaje! – dijo Wendy.
Peter Pan y los Niños Perdidos se despidieron de los pequeños y tomaron posiciones para tomar rumbo hacía la segunda estrella más a la derecha, la que les llevaría otra vez hasta el país de Nunca Jamás.
De esta forma el erizo iba de acá para allá sin ningún miedo. Igual le daba cruzarse con una serpiente de cascabel que con un fiero tigre. Estaba muy tranquilo con sus púas y caminaba muy seguro de quien era.
Pero además de fuerte y valiente, aquel erizo era uno de los animales más amables y generosos del bosque. Y es que no dudaba en entregarle sus púas a aquel que las necesitara, con tal de salvar de los posibles y naturales peligros del bosque a cualquiera de sus amistades.
Pero un día el erizo se dio cuenta de que tan solo le quedaba una púa sobre el lomo. Había sido tan generoso con los demás que las había ido perdiendo, una tras otra, casi sin darse cuenta. Y finalmente, la púa que le quedaba, decidió regalársela a un ratón que huía temeroso de un gato fiero y hambriento. ¡Qué feliz se sintió el erizo al ver como el ratón usó su púa de espada para ahuyentar al gato!
Y en estas llegó una temible serpiente, que observaba desde hacía días al erizo generoso, y poco a poco fue aproximándose al él, que disfrutaba del sol con la pancita arriba ajeno a todo mal.
Pero no creáis que el erizo tenía miedo, amiguitos. Estaba tan convencido de que cada cual tenía que aceptar su destino y las consecuencias de sus actos, que vivía feliz a pesar de no tener ya sus púas consigo. El erizo del que os hablo, era un ser muy consecuente, además de amable. Y por ese motivo sus amistades no podían dejar que la serpiente se lo zampara después de haber hecho tanto por los demás.
Y poquito a poco los animales del bosque se fueron acercando hasta conseguir abalanzarse sobre el temido reptil. Con ayuda de todas y cada una de las púas que el erizo había regalado, consiguieron atemorizar a la serpiente, que huyó finalmente despavorida y sin comer.
El erizo había entregado todas sus púas en favor de la amistad, y el destino (del que tanto hablaba nuestro erizo) supo responder convenientemente a noble su gesto.
Cuento tradicional: El león que se creía cordero
Existió en otro tiempo un pobre león que creía ser un cordero. Por más pruebas que su físico le daba, no atenía a razones, ni podía creer que fuese un león. Pero no se trataba de cabezonería o de locura, sino de un grave error cometido por la cigüeña encargada de aterrizarle durante su nacimiento. Aquella noche, la cigüeña se encontraba realizando entregas de bebés corderos para sus mamás ovejas. Terminado el reparto, todas las mamás corrieron hacia los corderitos buscando el suyo, y una vez se marcharon, la cigüeña observó que se habían dejado a uno. Consternada, decidió abrir la mantita que cubría al corderito abandonado, y atónita exclamó:
- ¡Es un león! ¡Cómo he podido equivocarme!
Revisó la cigüeña el cuaderno en el que anotaba cada uno de los deseos y encargos de nacimiento y comprendió el error: «Doña Leona Leoncia Pérez me ha encargado un hijo. Se lo llevaré hoy tras el reparto de los corderitos», decía la nota.
Pero cuando la cigüeña dio un paso atrás para coger al leoncito y devolverle a su hogar, observó como una mamá oveja se había colocado sobre sus lomos para darle calor, decidida como estaba a adoptarle. La cigüeña procuró explicarle a la oveja el error que había habido en el reparto, pero la oveja no quiso escucharle embistiendo fuertemente a la cigüeña.
- ¡Bueno, bueno! Pues quédese con él si es lo que desea- Exclamó la cigüeña enojada y confundida.
Y así fue como comenzó la historia de aquel león que se creía cordero en un rebaño. A pesar de todo el leoncito lo pasaba de miedo jugando con sus primos, pero lo cierto es que en aquellas tardes de juego muchas veces había lágrimas, debidas a que el pobre leoncito era el único del rebaño que no sabía embestir, provocando en consecuencia la risa de todos sus familiares y amigos. ¡Qué triste le ponía no saber embestir como los demás!
Pasado el tiempo, todos los corderitos crecieron y el leoncito también. ¡Era el mayor carnero del mundo! ¡Qué orgullosa estaba su mamá! Sin embargo, el rebaño cada vez estaba más extrañado de aquella situación, a la que ahora se sumaba el no saber balar. El león se había convertido sin entenderlo en la víctima de todos los golpes y de todas las carcajadas de los corderos.
Y así sucedió hasta que, una noche, un lobo hambriento se presentó ante el rebaño. Asustado por los ruidos el león se escondió tras su madre. Pero los ruidos no cesaron y el lobo se presentó ante sus propios bigotes amenazando a su madre con comérsela.
- ¡Socorro! ¡El lobo me va a devorar!- Gritaba su madre aterrada.
Fue entonces cuando el alma de aquel león surgió feroz, persiguiendo al lobo con todas sus fuerzas. Corrieron y corrieron hasta que ambos, lobo y león, terminaron al borde de un gran abismo; abismo que el lobo no pudo esquivar temeroso como estaba de los grandes rugidos que le dirigía el león.
Nadie volvió a burlarse de él después de aquél suceso, convirtiéndose en el héroe del rebaño. Sin duda era el carnero más valiente del mundo; un león que se creía carnero, y que fue feliz creyéndolo para siempre desde entonces.
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